“Pero no hables de los jardines, no hables de la luna, no hables de la rosa, no hables del mar. Habla de lo que sabes. Habla de lo que vibra en tu médula y hace luces y sombras en tu mirada, habla del dolor incesante de tus huesos, habla del vértigo, habla de tu respiración, de tu desolación, de tu traición. Es tan oscuro, tan en silencio el proceso al que me obligo. Oh habla del silencio”.
PIZARNIK
Algunas de las escritoras que más sigo aconsejan profundizar en el silencio. Siempre me ha costado entender qué querían decir porque soy más de “A tres metros sobre el cielo” y las declaraciones de amor con grafiti en un puente del extrarradio que de los amores platónicos. Pero esta mañana, sentada en el váter, he tenido una revelación. Que decimos más cuando callamos que cuando hablamos es un hecho porque nadie es tan lunático como para venderse tan rápido: el amor es una partida de póker muy larga en la que gana el que mejor miente. Por eso todos los procesos internos ocurren en silencio: es ahí donde reside el conflicto con uno mismo, donde se encuentra el guion para una peli que cualquier productor con un mínimo ojo para el businesscompraría. Las declaraciones más sinceras también se exteriorizan sin molestar: el dolor de una lágrima, la pasión de un beso. Además, con el silencio pasa una cosa muy curiosa, que, paradójicamente, solo se entiende cuando se escucha. Sino solo es lo que es: la ausencia total de sonido/sentimiento (y eso no es cierto porque yo te quise mazo).
El último día de mi primer verano sin ti me di cuenta de que te echaba de menos. Ocurrió en un instante, al morder la galleta de mi Cornetto de vainilla, cuando escuché el sonido de tus huesos crujiendo por las mañanas y el estómago casi se me sale por la boca para luego volver de un golpe a su sitio, como si alguien lo hubiese montado en un vagón del Dragon Khan. Durante un tiempo, tu imagen boca arriba sobre la esterilla haciendo tus estiramientos en leggins fue para mí la octava maravilla del mundo, de esas creaciones divinas que se contemplan en silencio.

"Me gusta comerme el helado en un cucurucho porque cuando muerdo la galleta hace el mismo ruido que tus huesos por la mañana cuando te estiras. Estar familiarizada con los sonidos de tu cuerpo en momentos privados es algo que me regalas en exclusiva y te estaré eternamente agradecida por ello."

ilustración @pattpon
texto @elisaa_serrano
editorial @conmilampollasediciones