Este mes el tema de nuestra newsletter es "Ser mujer". Hemos pedido a la periodista Silvia Lorente que nos cuente lo que sienta, lo que quiera, lo que piensa al escuchar esta frase. Os dejamos con su texto.

27 de abril del 2000. "Ay, hija, ya eres mujer".
Fueron las palabras de mi madre cuando le enseñé con miedo y rechazo la sangre que, por primera vez, vi en mis bragas. Yo tenía 11 años, y lo de "tener la regla" lo veía muy lejano (no hablemos de la desinformación sobre la cuestión). Mi cuerpo reaccionó con una sugestión que acabó en mareo, y tuve que tumbarme en el suelo. La manera en que mi madre había dicho esas palabras (con un tono de preocupación, proyectando en mí lo mal que lo pasaba ella con sus reglas, imagino), asentó el terror que sentí al confirmar que esa sangre era mi primera menstruación. Y lo cierto es que fue un amago; no me vino de manera regular hasta octubre de ese año, pero las palabras "eres mujer" se clavaron en mí como algo negativo (si ser mujer suponía sangrar, no quería serlo). A eso le siguió un desarrollo de mi pecho y unos pelos donde antes no tenía, que odié durante años, y el hecho de que entre mis amigas no se comentara nada sobre tener la regla y, es más, se tratara con mofa, a mí me hacía sentir incluso peor. Yo deseaba "ser niña", no quería estar pendiente de cambiarme una compresa.
Mi regla se convirtió en un tabú para mí misma en los dos años siguientes, a ninguna de mis amigas le había venido (se supone), y en casa le pedí a mi madre que no le contara nada a mi padre (qué poca visibilidad y con qué nula naturalidad se trató en mi entorno, qué rabia). En el verano del paso de 1º a 2º de la ESO, a todas mis amigas les bajó, entonces, a mí también. Y eso me resultó liberador: nos compinchábamos para sujetar la puerta y cambiarnos la compresa y nos apoyábamos si no nos apetecía hacer gimnasia uno de esos días, pero la verdad es que sangrar y haberme "convertido en mujer" me siguió pareciendo un auténtico rollo.
El tiempo ha transcurrido y todo aquello forma parte de mi pasado, al cual, valga añadir, recurro muchísimo con mi psicóloga (ojalá hubiera tenido ahí y en otros momentos de la adolescencia a mi psicóloga, por cierto). El caso es que viendo esta historia con perspectiva, la conclusión que saco es que mi primera asociación con el hecho de ser mujer me llevó a rechazar el concepto y, por ende, a odiar tener la regla. Incluso en la Universidad y en mis primeros trabajos escondía los tampones en mi manga cuando iba a cambiarme. No fue hasta 2019 cuando desperté. Vaya que si desperté.
Ese año, el corto documental 'Period. End of Sentence' se llevó el Oscar. En él se enmarca cómo unas mujeres indias aprenden a fabricar compresas gracias a la ayuda de unas estudiantes estadounidenses y se plasma todo el imaginario cultural sobre la regla que existe en India (abrumador y, cuanto menos, triste). Comencé a ver mi regla con gafas violeta, y tomé el hecho de ser mujer y de sangrar en el primer mundo –donde tengo libre acceso a productos de higiene (aunque con un IVA aberrante)– como una rebelión en contra del sistema que aún oprime a tantas mujeres. Dejé de usar tampones y me cambié a la copa menstrual (eso me hace pensar que mi regla es más sostenible y, además, ahorro un montón), hablo abiertamente si siento dolor por la regla, si necesito cambiarme la copa, no lo escondo, y ser mujer y sangrar por ello es algo que me hace sentir empoderada. Sí, yo creo firmemente que el feminismo me ha reconciliado con mi periodo, y por eso TAMBIÉN le doy las gracias al movimiento. Espero que las generaciones venideras no se sientan tan frustradas como yo cuando les venga su primera regla. Ojalá.
Marzo de 2022. "Ay, mamá, ¡siempre he sido mujer!".
PD: Quiero recalcar que soy consciente de que también muchos hombres trans que tienen ovarios, útero y vagina, y otras muchas personas, independientemente de su género, menstrúan. A eso también el feminismo está dándole visibilidad y lo celebro.
SER MUJER, por Silvia Lorente (Periodista).